viernes, 15 de mayo de 2009

SOCIEDAD DEL CONOCIMENTO


SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

La noción de sociedad del conocimiento fue utilizada por primera vez en 1969 por un autor austríaco de literatura relacionada con el "management" o gestión, llamado Peter Drucker, y en el decenio de 1990 fue profundizada en una serie de estudios detallados publicados por investigadores como Robin Mansel o Nico.

Las sociedades de la información surgen con el uso e innovaciones intensivas de las tecnologías de la informacion y las comunicaciones, donde el incremento en la transferencia de información, modificó en muchos sentidos la forma en que se desarrollan muchas actividades en la sociedad moderna.
Sin embargo, la información no es lo mismo que el conocimiento, ya que la información es efectivamente un instrumento del conocimiento, pero no es el conocimiento en sí, el conocimiento obedece a aquellos elementos que pueden ser comprendidos por cualquier mente humana razonable, mientras que la información son aquellos elementos que a la fecha obedecen principalmente a intereses comerciales, retrasando lo que para muchos en un futuro será la sociedad del conocimiento.

Cabe destacar que la sociedad del conocimiento no es algo que exista actualmente, es más bien un ideal o una etapa evolutiva hacia la que se dirige la humanidad, una etapa posterior a la actual era de la información, y hacia la que se llegará por medio de las oportunidades que representan los medios y la humanizacion de las sociedades actuales. Mientras la información sólo siga siendo una masa de datos indiferenciados (hasta que todos los habitantes del mundo no gocen de una igualdad de oportunidades en el ámbito de la educación para tratar la información disponible con discernimiento y espíritu crítico, analizarla, seleccionar sus distintos elementos e incorporar los que estimen más interesantes a una base de conocimientos), entonces seguiremos estando en una sociedad de la información, y no habremos evolucionado hacia lo que serán las sociedades del conocimiento.

Sociedad del conocimiento
La noción de “sociedad del conocimiento” surgió hacia finales de los años 90 y es empleada particularmente en medios académicos, como alternativa de algunos a “sociedad de la información”.
Un matiz en este debate, que solo concierne a los idiomas latinos, es la distinción entre sociedad del “conocimiento” o del “saber” (ambos traducen el término inglés “knowledge society”). La noción de “saberes” implica certezas más precisas o prácticas, mientras que conocimiento abarca una comprensión más global o analítica. André Gorz considera que los conocimientos se refieren a “contenidos formalizados, objetivados, que no pueden, por definición, pertenecer a las personas... El saber está hecho de experiencias y de prácticas que se volvieron evidencias intuitivas y costumbres”[4]. Para Gorz, la “inteligencia” cubre toda la gama de capacidades que permite combinar saberes con conocimientos. Sugiere, entonces, que “knowledge society” se traduzca por “sociedad de la inteligencia”.

En todo caso, por lo general, en este contexto se utiliza indistintamente sociedad del conocimiento o del saber, si bien en español conocimiento parece ser más usual.

CONOCIMIENTO
SEGUN ALBERT EINSTEIN
La filosofía tradicional ha enseñado, entre otras cosas, la doctrina de los 'trascendentales'; esta doctrina, todo lo abstracta y conceptual que se la quiera suponer, es, en fin de cuentas, una de las doctrinas que a nuestro juicio da cuenta más cabal de muchos aspectos, difíciles e intricados problemas tanto de la metafísica del conocimiento como de la metafísica como tal. No es ciertamente la ocasión de entrar en todo el meollo de esta venerable doctrina con tantos años de existencia.

Si no es la ocasión de entrar en todo el meollo de esta doctrina, sí creo que deba señalar aquí que esta doctrina, que germinalmente se encontraba en las grandes tesis de Aristóteles, concretamente en su incipiente teoría del conocimiento, fue posteriormente desarrollada y sistematizada tanto en la Edad Media como posteriormente por los discípulos de Aristóteles tanto modernos como contemporáneos. En efecto, esta doctrina se ha desarrollado y ampliado notablemente. Los estudios de Maritain, Geiger, Sertillanges y Marechal -entre otros- muestran la verdad del anterior aserto. Esta doctrina tradicional se ha enriquecido con notables aportaciones de la filosofía moderna y contemporánea; en especial con las aportaciones más serias de las filosofías críticas y trascendentales.

Dentro de la filosofía tradicional se consideraba que uno de los trascendentales es la 'verdad'; por ésta entendemos que el pensamiento está todo él determinado, especificado por su relación al ser. Nos preguntamos ahora: esta relación ¿tiene un sentido único, ¿o habrá que decir que el ser a su vez está todo él enteramente determinado por su relación al pensamiento? Si así hay que decirlo, ¿cómo habrá que entenderlo? Pues no queda muy claro si el ser es relativo o bien es relación.

Las más de las veces creemos, de una manera un tanto ingenua, que conocemos las cosas como ellas son en sí mismas. Cuando la experiencia nos ha instruido acerca de nuestros frecuentes errores, nos imaginamos que éstos son debidos a una precipitación, a una determinada serie de prejuicios, a una deficiencia en el método de investigación, a falta de información, a la estructura de las facultades humanas de conocimiento.

No obstante, estamos persuadidos de que, si hubiéramos sido más hábiles, más circunspectos, mejor equipados, más precavidos, mejor dotados por la naturaleza, etc., hubiéramos llegado a conocer las cosas 'en su verdad'. Pero esto, ¿qué quiere decir en concreto? Que nuestro conocimiento hubiera reproducido fielmente, bajo el modo propio del ser del pensamiento lo que las cosas son en si mismas. Ahora bien, esto supone que éste en sí es de tal naturaleza que permite la penetración de la inteligencia, que puede ser traspuesto al modo de ser del pensamiento. Dicho con otras palabras, que él es de tal manera en sí que puede ser representado al espíritu, que no se oculta detrás de sí mismo, que no se esconde, que es sincero, que existe sin disimulación, que puede develarse enteramente, en una palabra: que es verdadero.

Ahora bien, el conocimiento -entre otras cosas- se trata de saber si el ser es accesible al pensamiento, o si, por el contrario, el ser es para el pensamiento, cuando menos de una manera parcial, un más allá absoluto, un recinto de tinieblas, lo de suyo, ininteligible. ¿Es que existe ser -o seres- que escapa totalmente a la captación del pensamiento? Y en el ser mismo que alcanza, ¿existen zonas de suyo totalmente inalcanzables y que de ninguna manera serán alcanzadas?

Probablemente se nos diga que se trata de un asunto ocioso y que pertenece a los problemas puramente especulativos sin ninguna incidencia práctica. A lo primero responderíamos que efectivamente -y no podría ser de otra manera- se trata de un asunto especulativo; pero con relación a lo segundo, de ninguna manera pensamos que se trata de un problema sin ninguna incidencia práctica; por el contrario, pensamos que es éste un pivote central de la filosofía. La manera como muchas de las filosofías contemporáneas -existencialistas, por ejemplo- obtienen sus conclusiones se debe en gran parte a haber optado por un determinado rumbo en este central problema metafísico del conocimiento. En efecto, ¿el pensamiento se encuentra en el universo como en un medio extraño y hostil? ¿O bien se encuentra en él como cabe una presencia familiar? ¿Es que de veras estamos arrojados en el mundo sin ningún apoyo? ¿Somos en realidad capaces de comprender con el pensamiento este mundo, este universo que desde el punto de vista de su especialidad y temporalidad nos devora y parece englutirnos convirtiéndonos en un punto minúsculo? ¿El mundo en que vivimos, es un mundo absurdo o está pleno de logos?

Conviene notar que se trata de un problema que en parte desborda al problema crítico; no creemos equivocarnos si señalamos que se trata de un problema metafísico -metafísica del conocimiento-; efectivamente no se trata aquí de saber si la inteligencia humana puede alcanzar lo verdadero, lo absoluto, lo en sí, sino de saber si la noción misma de verdad tiene algún sentido, si el pensamiento puede agotar el ser.

Si el ser es verdadero, inteligible, se trata de un principio que es luz, luminosidad. Por otro lado, si el fondo de las cosas es irracional nada puede garantizarnos la validez objetiva universal de los principios de la razón. Pudiera ser que estos principios de la razón cesaran de valer a una profundidad en donde la penetración del espíritu se detiene. Pero hay aún más; si el ser no es inteligible quizá se opte por la inteligencia, pero con esto confiesa uno que se desinteresa totalmente por lo que son las cosas en sí mismas, en todo caso, sólo se interesaría uno por lo que de las cosas puede alcanzar la razón, la inteligencia; dicho con otras palabras: la inteligencia respondería de sí misma, mas no de la realidad, de las cosas. Ciertamente que ésta no es la única opción pues también se podría optar por la realidad, por las cosas, pero si la inteligencia no puede alcanzar lo que ellas son en sí mismas se echará mano -para su alcance de ciertas fuerzas obscuras y ciegas que, se piensa, pueden hacernos coincidir con la realidad, con las cosas. En principio no estarían descartadas las personas que podrían optar también por el éxtasis supraintelectual. Puede ya apreciarse que no se trata de una tesis más o menos conceptual y sin incidencias en lo práctico; en efecto, por lo dicho hasta aquí, se puede ver que es la misma conducta del hombre la que estaría en juego frente a esta tesis.

Se nos podrá argüir, ¿pero es que no somos aun conscientes de que la inteligencia no coincide con la realidad? ¿No hemos cobrado conciencia que la mente no está adecuada a la realidad, a las cosas mismas? He aquí una pregunta que habrá que resolver de una manera precisa. Prácticamente en esta pregunta está contenida gran parte de la teoría del conocimiento.

A la luz de todo esto que se viene diciendo, ¿qué tiene que ver el pensamiento de Einstein? Mucho, y esto es lo que nos proponemos mostrar en lo que sigue. Alrededor de los años 1928-1929 Einstein escribió -concretamente en una obra, Physik und Realifat- una frase célebre por muchos conceptos; traducida la frase diría de una manera muy aproximada: 'Lo que es eternamente incomprensible en el universo es su inteligibilidad misma'. Indudablemente que Einstein no llevó a cabo la exégesis filosófica de la frase que escribiera. Pero la frase misma está indicando su creencia completa en la verdad del mundo, en la verdad del universo físico. Estaba convencido y no sólo por ésta su frase, que bien pudiera ser interpretada como una manera un tanto romántica de expresarse, sino por la labor que como físico realizó; estaba convencido, digo, de la inteligibilidad del universo físico. Es más, pensaba que los físicos podrían desentrañar esta inteligibilidad.

¿Qué otra cosa si no esto fueron los estudios que llevó a cabo por comprender este universo físico? Hay que reconocer que a lo largo de su vida intelectual, sobre todo en la segunda parte de su gigantesca obra obtuvo fracasos, cuando menos parciales, en este desciframiento de la realidad. Sus teorías acerca del campo unificado y del campo asimétrico no lograron explicar cabalmente el cosmos en su totalidad como lo habían hecho -en el aspecto restringido de su alcance- las dos teorías de la relatividad.

Ahora bien, ¿en qué consistieron estos fracasos parciales? No en otra cosa sino en haber reconocido que éstas sus teorías explicativas no daban cuenta de la realidad, no lograban captarla en toda su complejidad y totalidad, complejidad y totalidad físicas, ciertamente.
¿No sería esto tanto como reconocer que es la inteligencia, la mente, la que debe doblegarse a lo que la realidad es? ¿No significa esto precisamente el convencimiento intelectual que tenía Einstein acerca de lo que es el conocimiento humano genuino dentro de una concepción epistemológica realista?

Desgraciadamente las cosas no son tan claras como aquí estamos dando la impresión. Declaraciones y escritos del mismo Einstein van a enturbiar lo que pudiera señalarse como una teoría del conocimiento realista de Einstein. Comentadores de su pensamiento y de sus teorías opinan de manera diversa a este respecto. Biógrafos y divulgadores de sus teorías han sostenido el idealismo de Einstein, el positivismo o aun el neopositivismo de Einstein, el empiriocriticismo o convencionalismo del sabio judío. Con algún detalle veamos esto que se ha dicho y escrito.

BUENO COMPAÑEROS ESO ES TODO RECUERDEN QUE TUS COMENTARIS SON MUY IMPORTANTES.

DIOS LOS BENDIGA!!!

ALVIN TOFFLER



ALVIN TOFFLER
Nacido en Nueva York en 1928, estudió letras en la Universidad de Nueva York. Activista político radical, participó en diversos movimientos en favor de los derechos humanos en Estados Unidos. En la universidad conoció a su futura mujer, Heidi, que le acompañará intelectualmente a lo largo de su vida. Doctor en letras, leyes y ciencia. En la primera mitad de los cincuenta, trabajó como obrero industrial en una fábrica de automóviles en el Midwest y en una fundición de acero. Más tarde se inició en el periodismo como corresponsal en el Congreso y en la Casa Blanca de un diario de Pennsylvania y colaborador de diversas publicaciones. Más tarde se incorporó a la redacción de la revista Fortune, de la que llegó a ser editor asociado. En 1964 publicó uno de sus primeros libros sobre la cultura en Estados Unidos, The Culture Consumers. A Controversial Study of Art and Affluence in America, Radom House, Nueva York, aspecto sobre el que volvería a incidir en el trabajo ‘The Art of Measuring the Arts’ (en The Annals of the American Academy of Political and Social Science, Núm. 373, 1967). Estudioso de las nuevas tecnologías y los nuevos medios y sus efectos sociales, inicia su actividad académica en 1966, en la New School for Social Research de Nueva York. Asimismo, imparte docencia en la National Defense University. Ha sido profesor visitante de la Russell Sage Foundation y de la Cornell University. Junto con su mujer, Heidi Toffler, encabeza la compañía de consultoría Toffler Associates. Doctor ‘honoris causa’ de diversas universidades extranjeras. Oficial de la Orden de las Artes y Letras de Francia. Miembro del International Institute for Strategic Studies y de la American Association for the Advancement of Science. Premio de la Fundación McKinsey.En 1970 publicó su primer ‘best-seller’, Future Shock, primero de una trilogía que se completaría con The Third Wave (1980) y Powershift: Knowledge, Wealth and Violence at the Edge of the 21st Century (1990). En 1995 publicó War and Anti-War, escrito con Heidi Toffler, un libro en el que algunos han encontrado argumentos para un nuevo concepto de guerra -la guerra de información-, a lo que una sociedad como la norteamericana, sometida a una psicosis de inseguridad, es especialmente permeable.En lengua española se han publicado, entre otros, El 'shock' del futuro, Plaza & Janés, Barcelona, 1971; Avances y premisas, Plaza & Janés, Barcelona, 1983; Los consumidores de cultura, Leviatán, Buenos Aires, 1987; El cambio del poder, Plaza & Janés, Barcelona, 1990. En lengua portuguesa: O Choque do Futuro, Record, Rio de Janeiro, 1970; Os novos poderes (powershift), Livros do Brasil, Lisboa, 1990; Os Novos Poderes, Livros do Brasil, Lisboa, 1991; A terceira onda, Record, Rio de Janeiro, 1993; Criando uma nova civilização. A política da Terceira Onda (con Heidi Toffler), Record, Rio de Janeiro, 1994; Guerra e Antiguerra, Record, Rio de Janeiro, 1994

PENSAMIENTO Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
De formación marxista y hegeliana, en el pensamiento de Toffler prevalece la dimensión hegeliana, que traslada a la visión dialéctica de la historia y a observación de los profundos cambios de los que, en ocasiones, es testigo, cuando no anunciador anticipado de dichas transformaciones. Se trata, sin duda, de uno de los analistas que más temprano vio los rasgos de ese futuro que ahora de enuncia como sociedad de la información y del conocimiento. Su primera obra de referencia, El ‘shock’ del futuro (1970), describió el vértigo que se produce entre los escenarios que traza el desarrollo tecnológico y la velocidad con la que la sociedad y sus estructuras burocratizadas acceden a esos cambios. La nueva sociedad, que sucede a la sociedad industrial, se asienta en una ‘revolución de la información’ y se dibuja en el gran período histórico de la ‘tercera ola’, título de su segundo texto de referencia, aparecido en 1980. Según Toffler, hubo una ‘primera ola’, de una muy larga vigencia histórica, en la que las aplicaciones tecnológicas estaban asociadas al esfuerzo humano, a la fuerza biológica del ser humano, con un predominio de la actividad agrícola. La ‘segunda ola’ alcanzó su apogeo con la revolución industrial, con una duración histórica mucho más corta, en la que el esfuerzo mecánico, el maquinismo, sustituyó al esfuerzo humano, y dio origen a la sociedad de masas. Y, por fin, la 'tercera ola', hija de la revolución tecnológica, de la que surge una sociedad regida por los flujos de información y lleva a la concepción de nuevos paradigmas, a una nueva cosmovisión. Los usos tecnológicos favorecen el desarrollo de las extensiones de la mente, por lo que el esfuerzo prevalente, en la nueva etapa, es el que se deriva del conocimiento. El mundo no sólo se transforma en su matriz tecnológica, sino que el cambio conlleva a un cambio psicológico de la sociedad, a una redefinición de las relaciones sociales y, también, de las relaciones de poder, como señala en Powershift (1990) o en Creating a new civilization (1995). La política internacional y las relaciones ya no están determinadas por los Estados-Nación en declive, sino por fuerzas emergentes como las grandes corporaciones mundiales, los medios de comunicación, etc. Es el fin de la sociedad de masas, señala Toffler, que advierte sobre los riesgos de ‘ficcionalización’ de la realidad y sus consecuencias en el plano de las confrontaciones bélicas de nueva generación (War and Anti-War, 1995)La comunicación y los medios aparecen constantemente en su obra. Su visión determinista de la tecnología le acerca en ocasiones a los planteamientos de McLuhan. Las tecnologías y la aparición del multimedia desfiguran la vieja sociedad de masas, al tiempo que la sociedad se ve sujeta a los efectos de los nuevos consumos culturales y mediáticos. El sistema emergente desarrolla una dimensión virtual, un ‘mundo ficticio’ ante el cual gobiernos, ejércitos y poblaciones responden como si fuese real. La creciente ‘ficcionalización’ de la realidad mediática trasciende los espacios propios de la ficción para alcanzar al mundo de la información y las noticias, donde puede provocar ‘consecuencias mortales'.En la actualidad, Toffler participa del concepto de seguridad desplegado por la administración de Washington, en virtud del cual es necesario acentuar el desarrollo de mecanismos de control de información tendentes a erradicar el terrorismo que es, a su juicio, la amenaza mundial para la paz hasta el 2020. En la era de la información, viene a decir, surge la guerra de información, la guerra de la 'tercera ola'. Aunque en la nueva etapa prevalece el cerebro -el conocimiento- sobre el músculo -la fuerza-, con palabras de Toffler, no se desprende necesariamente de sus argumentos que los derechos humanos prevalezcan en la apelación la razón última de la seguridad nacional, si bien indica que ahora el conocimiento es la fuente democrática del poder.